Era un día soleado, el cielo despejado y el mar brillaba en tonos azules profundos, mientras que en mi mente, las olas llevaban y traian recuerdos de tormentas pasadas, de momentos en los que la confusión y el miedo parecían arrasar todo a su paso. Mientras remaba, la soledad se transformaba en compañía, y el coco se convertía en mi confidente silencioso, un refugio en medio de la tempestad interna.
De repente, una ola grande lo lanzó al agua. Mi corazón se hundió con él, como si una parte de mí se estuviera perdiendo. Lo vi desaparecer, y por un instante, sentí que lo había perdido para siempre, que esa conexión se desvanecía en la inmensidad del océano. Pero pronto, emergió, flotando con calma, como si hubiera encontrado un nuevo propósito en aquel gran mar.
Esa imagen me llevó a reflexionar profundamente. El coco, solo y angustiado, aparentemente a merced de las corrientes, había sobrevivido a los azotes de la naturaleza. En ese momento, comprendí que, al igual que él, también podía flotar en medio de mis propias tormentas. Las dificultades, aunque desafiantes, no eran más que parte de un proceso de transformación.
A veces, lo que parece una pérdida es, en realidad, un paso hacia algo más grande, un nuevo comienzo. Aprendí que, al soltar lo que ya no me servía, podía abrirme a nuevas posibilidades. Si un simple coco puede encontrar su camino en un océano de incertidumbre, yo también puedo buscar mi equilibrio y aprender a navegar en las aguas de mi propia vida.
Photo by Josiah Weiss